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Carlos Fuentes. “Buñuel a los ochenta”


Luis Buñuel, el gran artista de la cinematografía, acaba de cumplir ochenta años y algunos de sus amigos nos dimos cita en México para celebrarlo y celebrarnos: ¿Cuántos hombres han dado más que él a nuestro siglo?

Imágenes vivientes de algo más que la historia de los calendarios y los sucesos apócrifos de los que dan noticia los periódicos: el ojo rebanado por la navaja en El perro andaluz, la mujer chupando el dedo del pie de la estatua en la Edad de oro, el entierro de la niña en Las Hurdes, los palos del ciego en Los olvidados, el lavatorio de pies en El, el grito solitario de Robinson Crusoe, el regalo de la piña a Nazarín, Tristana mostrándole los pechos al sordomudo desde un balcón, el paso de los corderos por los salones del Angel exterminador, Simón del Desierto tentado por un diablo disfrazado de niña decimonónica, Belle de Jour azotada en un bosque por su chófer, el banquete de los mendigos en Viridiana, el banquete de los retretes en El fantasma de la libertad, los banquetes exhaustos al filo del abismo en El discreto encanto de la burguesía.

Son éstas la imágenes secretas de la historia interna del siglo que Buñuel ha vivido, sin ausencias, desde febrero de 1900 y en Calanda, Aragón. Guillermo Cabrera Infante pasó por México promoviendo su último libro La Habana para un Infante difunto y no vio a Buñuel, pero le hace un homenaje negro en el libro, cuando describe la versión buñueliana de las Cumbres borrascosas de Emily Bronte, titulada en cine Abismos de Pasión. La versión de Cabrera es versión de la versión de Buñuel. En este libro en el que el escritor cubano ha decidido prescindir de la literatura y la política para quedarse con el sexo, un sexo cómico por accidental, excepcional o totalmente previsible en un mundo habanero de los 40 totalmente rutinario -es decir, coincidente, imposiblemente, tanto con la vida diaria como con la selección literaria- la relación de las Cumbres Abismos de Buñuel da una clave: Cabrera, que todo lo sabe de cine, decide equivocarse en el reparto, adjudicar a López Tarso el papel villanesco que en realidad interpreta Aceves Castañeda y, por esa fisura del texto, invadirlo todo de posible error.

Buñuel sonríe cuando le digo esto. ¿Quién puede equivocarse acerca de las identidades de Ignacio López Tarso y Luis Aceves Castañeda? Hay algo más: Guillermo Cabrera ha dicho que si el único periódico que se publicase en el mundo fuese precisamente Le Monde de París, no sabríamos cómo eran o son, físicamente, Charles de Gaulle, Mao Tse Tung o Santiago Carrillo. Si es cierto que Le Monde jamás ha publicado una fotografía en sus negras y tupidas páginas, no lo es menos que Luis Buñuel jamás ha dado cabida en sus películas a otras imágenes que no sean las que nunca podríamos encontrar en una publicación gráfica. Estas imágenes se llaman sueño, deseo, pasión, recuerdo, miedo, todo lo que quizás sabríamos nombrar -Proust, Mann, Kafka, Joyce, ¿no es ésta también su grandeza: decir lo que de otra manera no sabría decirse?- pero jamás hubiésemos visto sin la cámara de Buñuel.

Habla largo en su casa de la cerrada de Félix Cuevas con mi amigo Gerard de Montassier, jefe de la oficina del audiovisual en Francia, quien requiere la presencia de Buñuel en su volumen, Le Fait Culturel, que Fayard publicará en París dentro de pocos meses y que testimonia del estado de la cultura al agonizar nuestro tiempo. Buñuel habla cada vez con más humor, con más ternura, con más violencia. No hay mejor prueba viviente de que la juventud se gana, no se pierde. La edad ha acentuado su aspecto de picador inmóvil, atento a la embestida; viejo picador de ojos risueños a veces, muy tristes o fastidiados otras, mirada verde que, ella sí, habla directa­ mente, siempre, de unos años mozos en la Residencia de Madrid y en los cafés de la Place Blanche. Oigo y miro a Buñuel al cumplir ochenta años: su mirada es la única mirada que queda de Lorca y Bretón, de Crevel y Ernst.

Nos habla de su pesimismo creciente. Era fácil ubicarse, elegir, en 1930; no lo es en 1980. Los caballeros del nuevo Apocalipsis, nos dice, se llaman explosión demográfica, ciencia, tecnología y publicidad. Mezcla el famoso buñueloni que sólo él resiste, le pregunta a Jeanne su mujer si estará a tiempo la paella, recibe a mis pequeños hijos con una afabilidad civilizada que no desconoce que los niños son personas, nos muestra las ediciones prínceps que Bretón y Eluard y Peret le dedicaron, recuerda incidentes serios y jocosos del surrealismo, de la filmación de sus películas, de la España perdida de su infancia jesuítica en Salamanca. La Virgen María, la reina Victoria Eugenia y Viridiana se funden en una misma imagen de blancura incitante y pecaminosa. Jorge Negrete bate un balde de alquitrán, como si fuese excremento, mientras le declara su amor a Libertad Lamarque. Buñuel y Lorca se disfrazan de monjas y acosan sexualmente a los empleados de los ministerios de Madrid en los tranvías repletos.

Pasa por México José Donoso en otro viaje de promoción, ahora de Casa de campo y lo invito a almorzar con Buñuel. El escritor chileno le declara intempestivamente al cineasta: “Usted le ha hecho un daño espantoso a la civilización, Buñuel”. Luis ríe a carcajadas, los ojos verdes se vacían como el mar en el crepúsculo; nada le agrada más que esta idea, dañar a la civilización, y sin duda Pepe Donoso lo sabe, aunque dudo que lo supiera de la misma manera Regís Debray una vez que, en mi casa, agredió a Buñuel, física y verbalmente, alegando que sin las películas de Luis, sin sus obsesiones galopantes, nadie hablaría hoy de la Inmaculada Concepción o de la Santísima Trinidad.

La idea de ser el responsable de mantener vivo el catolicismo le hace una gracia enorme a Buñuel, quien no siente la menor simpatía hacia un Sumo Pontífice que se ha dejado devorar por los medios de publicidad modernos hasta convertirse en un “Pop-Ikon” más. Pero detrás de todo esto hay una convicción que Buñuel expresa con una precisión envidiable:

– Estoy a favor de todos los hombres que buscan la verdad. Estoy en contra de todos los hombres que creen haber encontrado la verdad.

Dice que no volverá a filmar. Pero desde hace años se habla de “la próxima última película de Buñuel”. Las palabras que nos dice al cumplir ochenta años serían la guía moral y estética más segura para su “próxima última película” que, lo sospecho, trataría del terrorismo setenta años después de que el más actual de los nove­ listas, Joseph Conrad, publicó El agente secreto y Bajo la mirada de occidente. Dostoievsky lo predijo: la historia acabaría por consagrar simultáneamente el totalitarismo y el nihilismo.

Hoy, Buñuel prefiere recordar sus lecturas de George Meredith cuando invita a mi esposa y a Elena Poniatowska a tomar asiento junto a él en la mesa.

-This is a beautifully laid table, dice en inglés. We like to do these things well in Mexico.

Pero en el centro de la mesa está la cabeza cercenada de un puerco, con los ojos abiertos y la boca vacía.

Nos sentamos.

¿Nos levantaremos?