Pienso que la forma correcta en que debe considerarse la demanda boliviana de una salida soberana al Pacífico es la de situar esta materia en el contexto histórico-cultural que le corresponde. Tanto Bolivia como Chile o Perú -así como cualquier otro país hispanoamericano-, son partes de un conjunto más vasto, que es la comunidad de las naciones de lengua española y portuguesa, desde México al extremo sur del continente. La existencia individual de cada pueblo sólo es inteligible – para usar el lenguaje y la metodología de Toynbee- a partir de la comprensión de esa realidad histórica común. Únicamente el debilitamiento de la conciencia histórica de quienes participan de esa realidad unitaria del mundo latinoamericano ha podido favorecer la intensificación de los sentimientos particularistas de cada nacionalidad con menoscabo de la visión integradora que da la primacía a los elementos unificadores por encima de los que tienden a afirmar las divisiones o los antagonismos.
Querámoslo o no, los pueblos situados en ese ámbito somos hermanos. García Márquez expresaba bien esa idea al decir que él, colombiano, no se sentía extranjero en México, donde fijó su residencia. Bolivianos, peruanos y chilenos no deberíamos sentirnos los unos respecto de los otros únicamente como países vecinos, pues más importantes que las fronteras que nos separan son los vínculos espirituales que nos unen.
Ha vuelto a ser materia de actualidad ese tema de las relaciones entre los países del Pacífico Sur a raíz de haberse promovido una política de acercamiento entre Bolivia y Chile, esta vez por iniciativa de aquel país, concretada en unas declaraciones del presidente Paz Estensoro. Como es sabido, no existen relaciones diplomáticas entre ambas naciones por no haber llegado ellas a un acuerdo acerca del problema de la mediterraneidad que afecta a Bolivia.
El Gobierno de La Paz estima que se presenta una oportunidad favorable para las negociaciones en torno a ese asunto desde el momento en que Chile ha resuelto su controversia con la Argentina sobre el canal del Beagle, así como las cuestiones que se hallaban pendientes por el lado peruano desde la firma de los tratados de 1929 referentes a Tacna y Arica.
Varias han sido las ocasiones en que se ha intentado solucionar este lejano efecto de la guerra del Pacífico (1879) mediante conversaciones bilaterales. En 1950 se produjo un intercambio de notas entre el canciller Walker Larraín, de Chile, y el embajador Ostria, de Bolivia, cuya importancia reside en que en ellas se expresaba el propósito de “buscar una fórmula para dar a Bolivia una salida propia y soberana al Pacífico”. En 1969 y en 1971, los presidentes Freí y Allende, respectivamente, dieron algunos pasos que mostraban una voluntad de atender la reclamación boliviana, sin que hubiesen llegado a concretarse acuerdos preliminares con Bolivia. 1975 marca un gran avance mediante el intercambio de propuestas que condujeron a un entendimiento previo sobre la entrega de un corredor a Bolivia al norte de Arica, el cual no pudo desembocar en un arreglo final tanto por diferencias entre uno y otro país como por la presentación de una proposición peruana no aceptada por Chile. En 1984, ante el ofrecimiento de buenos oficios por parte de Colombia y ante la invocación formulada por la asamblea de la OEA para que ambas partes encontraran una solución mutuamente conveniente, los cancilleres boliviano y chileno estuvieron a punto de suscribir una declaración acerca de su común propósito de reiniciar las negociaciones; una desinteligencia inesperada impidió una vez más alcanzar la meta de un acuerdo definitivo. Entretanto, se produjo un suceso de indudable trascendencia en la XIII Asamblea de la OEA realizada en Washington (1983). Fue éste un momento jubiloso en la historia de las relaciones hemisféricas. Hubo unanimidad de votos en una resolución que instaba a los países involucrados en el problema a buscar la fórmula adecuada para dar un acceso al mar a Bolivia. Colombia y su presidente, Belisario Betancur, aparecían como los propiciadores de un encuentro amistoso que acabase con la vieja discordia. Numerosos cancilleres pronunciaron discursos entusiastas considerando que se avizoraba por fin la ocasión tanto tiempo esperada de la reconciliación y del sereno entendimiento, de modo que Bolivia recuperaría una salida al mar y se zanjaría para siempre un áspero litigio entre países hermanos. El secretario general de la Organización, Orfila, no pudo menos de decir, bajo una emoción sincera, que acababa de asistir a una de las jornadas más hermosas y de mayor significado histórico de la OEA. Después de haber oído a los cancilleres de Colombia, Bolivia y Chile, el delegado de Estados Unidos aludió al estímulo dado por el presidente de Colombia para avanzar hacia un arreglo de esta larga disputa, expresando sus congratulaciones más efusivas a los directamente interesados y su decisión de sumarse a la aclamación al término de la sesión.
Un antecedente cercano da pie para una visión optimista del asunto que nos ocupa. Es el acuerdo referente al canal de Panamá que, para muchos, era de tal complejidad que su solución final parecía ubicarse en el· terreno de la utopía. El acuerdo sobre el Beagle, que alejó el espectro de un demencial conflicto bélico, es otro buen ejemplo de cómo puede la razón poner fin a un interminable choque de intereses. No hay, en verdad, pugna de fronteras que no pueda ser resuelta cuando las partes discordantes proceden con buena voluntad en la búsqueda de un acuerdo. El viejo diferendo entre el Reino de Italia y la Santa Sede pudo por fin ser subsanado en 1929, después de un proceso iniciado en 1870. Fue es un ejemplo de imaginación creadora para superar un desacuerdo que parecía insoluble. Y se logró, precisamente, en 1929, en la misma fecha en que al llegar Chile y Perú a un arreglo salomónico sobre Tacna y Arica, dejaron a Bolivia sin opción a un acceso al mar, para lo cual fue menester emplear un esfuerzo imaginativo no inspirado ciertamente en una visión inteligente del futuro en lo que atañe a las relaciones entre los antiguos contendientes de la guerra del Pacífico.
Es necesario ver este punto con claridad. Al tratado principal, que entregaba Arica a Chile y Tacna al Perú, se agregó un famoso protocolo secreto en el que se establecía que ninguno de los países firmantes podría ceder “a una tercera potencia”, sin consulta previa al otro, ninguna porción del territorio objeto de ese acuerdo.
Todas las críticas que merezca esa redacción no impiden considerar, sin embargo, que esa misma cláusula señala la posibilidad de entrega a un tercero, que es Bolivia, de una parte de esos territorios, mediante la consulta y el acuerdo previo de los firmantes de ese tratado. Y la víctima sigue siendo la nación excluida de un acceso soberano a la comunidad marítima.
Si ha de iniciarse, pues, una nueva política, “fresca”, realista, imaginativa, para dar a Bolivia lo que de un modo incesante reclama, es hora de que las tres cancillerías, la de Chile, la de Bolivia, la del Perú, aborden con decisión el problema. Por lo demás, el caso boliviano es del todo diferente del que presentan países mediterráneos dotados de una conexión fluvial con el océano, como Austria o Suiza o Paraguay.
Habrá que recordar lo que la encíclica Populorum Progressio tan luminosamente manifiesta; “el deber de solidaridad de las personas es también el de los pueblos. No puede ningún pueblo pretender reservar sus riquezas para su uso exclusivo”.
Sin embargo, aquí no se trata de hacer valer consideraciones éticas o mucho menos sentimentales. El caso que abordamos toca a la inteligencia práctica y a la conciencia de la propia realidad. La salida al mar para Bolivia al norte de Arica va de consuno con la idea de dar un impulso a la región estableciendo allí un polo de actividad, un vértice de convergencia. Sin olvidar que Arica debe conectarse con Santos, mediante una ferrovía transcontinental quepase por Bolivia y Brasil.
No es menos importante, ciertamente, la postura de conocimiento ante este problema. La cuestión chileno-boliviano-peruana de la conexión de Bolivia con el mar no es una materia que envuelve a tres países extranjeros. Es un caso que debe ser resuelto en la perspectiva de la comunidad histórica a la que esos países pertenecen.
La cuestión marítima Boliviana es la piedra de toque que pondrá a prueba la capacidad negociadora, de un clima de auténtica solidaridad latinoamericana, de la diplomacia de los tres países.
(Mayo 1986)