María Montecelos

Nuestro vehículo rodaba a toda velocidad por un camino sin asfaltar, envueltos por una densa polvareda, mientras escuchábamos a nuestro paso el sonido de disparos y sentíamos al respirar un fuerte olor a pólvora. Así, como en una escena de película, concluía la semana pasada nuestra cobertura en Haití, que comenzó 15 días antes para cubrir los acontecimientos en el país tras el asesinato el 7 de julio del presidente Jovenel Moise.

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El propio magnicidio, perpetrado por un comando armado en la residencia del mandatario, parecía sacado de un guion de Hollywood. Todo era tan sorprendente que llegamos al país pensando en que en cualquier momento podría haber un estallido social. Sin embargo, la situación en Puerto Príncipe estaba calmada, sin el riesgo que vivimos el pasado mes de febrero, cuando se registraban protestas violentas, las bandas armadas hacían cundir el terror y había secuestros indiscriminados a diario.

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Allí dimos el relevo a los compañeros Milo Milfort y Jean Marc Herve Abelard, que informaron desde el primer día de los sucesos del país caribeño.

El desarrollo de los acontecimientos nos iba llevando de un lado a otro de forma precipitada a horcajadas de ágiles motocicletas conducidas por chóferes locales. Tan pronto buscando algo de acción y vida cotidiana, como acudiendo a convocatorias de última hora sobre las investigaciones, haciendo incursiones en el Palacio de Justicia cuando algún implicado era llamado a declarar, o visitando la mansión donde se perpetró el asesinato.

Sea cual sea la tarea, no hay mayor fortuna que ir de la mano de un veterano como Orlando Barría, gran fotoperiodista y fantástico compañero que se mueve como pez en el agua en Haití. La importancia de su trabajo quedó reflejado, sin duda, en toda la prensa internacional que recogió su visión gráfica de lo que pasaba en la isla.

Contábamos, además, con nuestro incombustible delegado, Manuel Pérez Bella, que ha hecho un trabajo encomiable desde la redacción de Santo Domingo, respaldándonos en todo momento para que fuera fluyendo la información.

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La vida en Haití

También tuvimos ocasión, en esos días en la capital haitiana, de narrar otras duras realidades, como la penuria que se vive en los campamentos que acogen a miles de personas, desplazadas de sus hogares el pasado mes de junio a consecuencia de los enfrentamientos armados entre los ‘gangs’, en una encarnizada lucha por el territorio en los barrios del sur. En medio de todo aquello, la nota más positiva llegó con inicio de la vacunación contra la covid-19.

La verdadera tensión llegó en Cabo Haitiano, en el norte del país, hasta donde nos desplazamos para cubrir las exequias por Moise y el funeral de Estado que precedió a su entierro. La tez blanca fue un problema para toda la prensa internacional en esa ciudad, especialmente en la víspera de la sepultura del presidente, cuando las barricadas ardían por toda la urbe.

“¡¡¡Un blanco, un blanco!!!”, gritaban de forma acusatoria al vernos. Para los lugareños, cualquier blanco era sospechoso, puesto que el comando armado que mató a Moise estaba compuesto en su mayor parte por colombianos y consideran a los extranjeros cómplices del magnicidio. También encontramos a personas que hablaban amigablemente con nosotros, ignorando a la turba.

Última jornada de cobertura en Haití

Aún era noche cerrada cuando comenzó la última jornada de nuestra cobertura, el día del funeral de Estado y el entierro del presidente en la finca familiar, donde el féretro quedó expuesto con la salida del sol. Habían transcurrido unas horas cuando se empezaron a sentir en el aire vestigios de gases lacrimógenos procedentes del exterior de la propiedad, donde las barricadas ya habían comenzado a arder. Al terminar los discursos de la familia los disparos comenzaron a ser audibles, y ahí comenzó nuestra trepidante salida del lugar, de la que el compañero de Reuters Ricardo Arduengo dejaba constancia con su teléfono móvil, mientras nuestro chófer trataba de sacarnos de ahí, sin dejar de santiguarse hasta que llegamos a la ciudad, de la que nos despediríamos al día siguiente, sanos y salvos, sin haber asimilado aún la gran aventura que vivimos.