Anna Maria Ohan en su apartamento de la calle Gemmayze, a escasos metros del puerto de Beirut, dos días después de sobrevivir a la explosión. EFE/ Anna Maria Ohan
Por Alfredo Langa Hernáez
A sus veintitrés años, Anna Maria Ohan, reportera de la Agencia en Beirut, ha sobrevivido a la guerra siria, al acoso sexual en los suburbios beirutíes o a las graves heridas sufridas en la explosión del puerto de la capital libanesa el pasado verano. La reportera que esquivó la muerte en Oriente Medio afirma que EFE la encontró, y ella encontró a EFE.
Hoy, Anna es una pieza clave para la delegación de El Cairo. Con sus últimas coberturas desde el Líbano, base del grupo terrorista Hezbollah, ha seguido la escalada de violencia del actual conflicto israelí-palestino, iniciado por tres misiles lanzados por la milicia chiíta el pasado trece de mayo.
Ohan, que accedió a la profesión tras ser camarera en un pub frecuentado por periodistas, lo perdió todo el cuatro de agosto de 2020. “No me entra en la cabeza como la explosión destruyó lo que una guerra no fue capaz en diez años”, dice al recordar aquel fatídico día.
Eran las seis de la tarde cuando una columna de fuego y humo comenzó a elevarse sobre el puerto de Beirut. Desde el salón de su apartamento en la calle Gemmayze, apenas separada por un edificio del incendio, Ohan trabajaba desde el portátil de EFE cuando creyó escuchar el sonido de un avión volando a baja altura.
“No le dimos mucha importancia porque es habitual escuchar aviones y helicópteros en esta zona”, recuerda la reportera siria de ascendencia armenia, que se encontraba con su compañero de piso Ahmad. “Una milésima de segundo después del ruido, llegó la enorme explosión”.
“Suelen decir que justo antes de morir, ves pasar por delante imágenes de tu vida. Yo no vi eso. Escuché una voz en mi cabeza que me decía: “Anna, has sobrevivido a muchas explosiones y ataques aéreos, pero no lo harás esta vez, así que cierra los ojos y no mires a la muerte. Cierra los ojos y déjate ir”
Tras un instante de completo silencio, las sirenas de las ambulancias y los gritos en la calle devolvieron a la reportera al salón de su apartamento, donde dos paredes derribadas abrían el espacio interior al aire libre. “En ese momento pensamos que era un ataque israelí y que pronto iba a llegar el siguiente”, recuerda la joven, que nunca tuvo acceso a estudios de periodismo.
Descendieron los cuatro pisos que les separaban de la planta baja y llegaron al exterior. La gente cargaba cuerpos entre el tráfico paralizado, rodeando vehículos volcados sobre la carretera cubierta de cristales y astillas.
Anna alcanzó con los pies descalzos los escombros del que minutos antes había sido el hospital de Wardieh. Unos metros más adelante, el puesto de la Cruz Roja de Gemmayze había corrido la misma suerte, pero los sanitarios lograron frenar la hemorragia que brotaba de la cabeza de la reportera.
Después de cuarenta minutos de marcha y ser rechazada en cuatro hospitales, Ohan se derrumbó a las puertas del también desbordado hospital Hôtel-Dieu. “Si voy a morir así, prefiero morir aquí. Khalas (“ya basta”), no voy a seguir caminando”, sollozó la joven, exhausta y aturdida por la pérdida de sangre.
En ese momento, Ahmad reparó en que la moto de un amigo se encontraba aparcada en la entrada. Tras una llamada, Nadir, el conductor salió del interior del edificio en ayuda de la periodista. “Si Nadir no hubiese estado ahí, no hubiese conseguido entrar en el hospital”, admite Anna.
Las escenas que la joven presenció durante sus horas en el hospital supusieron el mayor impacto aquel día. “La gente y las heridas que ví me hacían querer huir de allí. Era completamente surrealista ver miles de muertos, heridos o gente al borde de la muerte delante de mí”.
La guerra en Siria, una vida dura ‘entre algodones’
Este escenario le resultó familiar a Ohan, que había crecido junto a su viuda madre y su tía en el barrio cristiano de Alepo: “Durante la guerra, mi madre solía conseguir algodones y los colocaba en un recipiente de metal con un poco de alcohol para que cuando me despertase, no tuviese frío”
Cuando Alepo fue sitiada al inicio del conflicto en 2012, no llegaban recursos a la zona controlada por el régimen sirio.
“No teníamos electricidad, ni calefacción, ni nada. Lo único que teníamos era pan”, revive Ohan los recuerdos de sus catorce años. “Un vehículo militar lo repartía cada media noche calle por calle”.
Al no contar con agua corriente durante el primer año de guerra, tenían que comprarla embotellada para el uso diario. “No todo el mundo podía permitírselo, y cada miembro de la familia podía usar dos botellas. Solíamos calentar el agua con la llama del alcohol, al no tener gas ni combustible ni madera”.
Pero la razón por la que Anna Maria Ohan abandonó Alepo en 2015 no fue la guerra, con la que ya había convivido cuatro años. ”Lo que realmente me afectó fue no poder ir la universidad”, afirma Ohan, al recordar a sus diecisiete compañeros asesinados por un francotirador.
Una laji en los suburbios de Beirut
Como miles de sirios, la joven se convirtió en una laji (arabismo que alude despectivamente a los refugiados) al llegar a Antelias en 2015, a las afueras de Beirut, donde comenzó a trabajar en un supermercado.
Este barrio, refugio para miles de cristianos como Anna, no brinda la misma seguridad a las mujeres. “Vivía al pie de la autopista y muchas veces era la única mujer caminando por la carretera”, dice Anna Maria Ohan al recordar los gritos que los hombres le lanzaban desde el interior de sus vehículos cuando tenía diecisiete años.
Tras dos años sin suerte en busca de una beca para continuar sus estudios de derecho iniciados en Alepo, Anna sufrió el acoso sexual de un compañero del supermercado. Esta experiencia no era la primera, tras varios abusos sufridos en Siria por parte tanto de desconocidos como amigos de la familia, pero fue el motivo que le permitió escapar.
La camarera de periodistas que se convirtió en reportera
Tras dejar Antelias atrás, la joven se instaló en Gemmayze, el barrio bohemio de Beirut, donde comenzó a servir cafés en un pub-librería frecuentado por periodistas internacionales. Sin saberlo, esta elección le estaba acercando a su sueño de convertirse en reportera.
“Conocí a muchos periodistas con los que llegué a tener una relación muy cercana. Les conté que mi sueño era ser periodista desde que había llegado de Siria”, rememora la camarera que comenzó a trabajar gratis para France 24, Al-Jazeera English o Die Zeit.
Al cabo de dos años, su amigo Asser Khattab, colaborador de la agencia, le dijo que la delegación necesitaba un reportero a jornada parcial. “Envié mi currículum al corresponsal, Isaac, y quiso entrevistarme”, recuerda Ohan, que firmó su contrato el 1 de enero de 2020. “EFE me encontró y yo encontré a EFE”.
El espíritu altruista, honesto y comprometido que sus compañeros reconocen a Anna, quedó reflejado seis meses después cuando, a pesar de las graves heridas y el impacto emocional sufridos, recorrió las calles los días que siguieron a la explosión, impulsada por la necesidad de informar como periodista.
“Era en parte una venganza. Quería compartir tantas historias e informaciones como pudiese” – rememora Ohan, que encontró una vía de escape en su trabajo-. “La gente debía conocer lo que los políticos y la corrupción pueden causar a un país”.
Como Anna Maria Ohan, también colaboradora de Amnistía Internacional, hay nuevos profesionales que hacen florecer un nuevo periodismo en Oriente Medio. Gracias a su transparente labor de puente entre culturas, el mundo comprende mejor el complejo crisol sociocultural de Oriente.
Además de las cicatrices mentales que la explosión le dejó, Anna ha aprendido a ver el lado positivo de las que surcan su piel:
“Lo más duro es aceptar que debes permanecer en el lugar en el que casi pierdes la vida. Cada mañana, cuando me levanto, veo el puerto. Pero también veo las marcas en mi piel que me recuerdan la segunda oportunidad que la vida me ha brindado. O más bien, la cuarta o la quinta”.